Santi
vamos con el primero, de ramirez, uno de mis favoritos y esperemos que no se enoje con la publicacion. cualquier cosa despues lo sacamos.
Su alma verde y diminuta
Sobre el suelo de los pueblos por donde ha pasado la guerra los grillos no saltan, pues según ellos mismos afirman, no tienen por que.
En la inmensidad de las praderas, en los montes y en la planicie de los campos, los grillos saltan persiguiendo el cambio, impulsados por la búsqueda de lo nuevo. Por eso saltan, por que buscan, apasionadamente, lo nuevo. Si se encuentran sobre un bosque de margaritas buscan la frescura lago, si flotan sobre las hojas secas en los estanques entonces se lanzan hacia la hierba. Presos del inconformismo dan brincos de aquí para allá, bajo el sol de las siestas o bañados, durante las noches, por la luz de la luna.
Saltando reemplazan el paisaje de fondo por uno nuevo. Saltando renuevan su aire , saltando avanzan, viven, crecen...
La guerra ara esos suelos, antes verdes, los deja llanos y negros. No se distinguen mas las flores de la hierba, todo se convierte en polvo, el color se diluye. Una terrible alfombra gris de cenizas cubre la tierra, entonces todo es plano, uniforme. Mire uno donde mire, esté donde esté, todo es igual. Los arbustos marchitos, los árboles mutilados, todo igual, el aroma de la pólvora penetra en el aire y entonces hasta respirar se vuelve una angustia monótona, no más aromas.
Entonces los grillos dejan de saltar, no tienen por qué. ¿para qué alejarse? ¿por qué avanzar? ¿hacia dónde avanzar? Da lo mismo quedarse en su sitio, eso concluyen. Uno, dos, tres, cuarenta brincos más allá, todo es igual. El salto ya no es más cambio, ya no sirve como camino hacia lo nuevo, lo nuevo, pues, se ha desvanecido. No saltan. Reposan inmóviles en su sitio hasta que un día, sin darse cuenta, se mueren. Luego el viento sopla sin obstáculos, sin arboles que se le interpongan, y barre con los grillos estáticos. Los barre para siempre. Se rapta a los grillos junto con el recuerdo de los grillos...ni eso deja.
He escuchado, de la boca de un hombre, que las guerras son inevitables. Que una vez lanzados los dados de la humanidad, de la especie humana, nada hay por hacer. Que la paz es ahora un absurdo, que el poder, aunque nos cueste aceptarlo, lo es todo. Con desgano acepto esta sentencia, no hay peor cosa que volverse utópico en estos días.
Aún así, yo propongo. Ya que la paz dejó de ser una razón para detener las guerras, propongo. Erradiquemos las guerras por los grillos, por ellos...
...por que no se los lleve el viento una vez que hallan decidido, con la pena instalada dentro de su alma verde y diminuta, no volver a saltar.
Santiago Ramirez
Su alma verde y diminuta
Sobre el suelo de los pueblos por donde ha pasado la guerra los grillos no saltan, pues según ellos mismos afirman, no tienen por que.
En la inmensidad de las praderas, en los montes y en la planicie de los campos, los grillos saltan persiguiendo el cambio, impulsados por la búsqueda de lo nuevo. Por eso saltan, por que buscan, apasionadamente, lo nuevo. Si se encuentran sobre un bosque de margaritas buscan la frescura lago, si flotan sobre las hojas secas en los estanques entonces se lanzan hacia la hierba. Presos del inconformismo dan brincos de aquí para allá, bajo el sol de las siestas o bañados, durante las noches, por la luz de la luna.
Saltando reemplazan el paisaje de fondo por uno nuevo. Saltando renuevan su aire , saltando avanzan, viven, crecen...
La guerra ara esos suelos, antes verdes, los deja llanos y negros. No se distinguen mas las flores de la hierba, todo se convierte en polvo, el color se diluye. Una terrible alfombra gris de cenizas cubre la tierra, entonces todo es plano, uniforme. Mire uno donde mire, esté donde esté, todo es igual. Los arbustos marchitos, los árboles mutilados, todo igual, el aroma de la pólvora penetra en el aire y entonces hasta respirar se vuelve una angustia monótona, no más aromas.
Entonces los grillos dejan de saltar, no tienen por qué. ¿para qué alejarse? ¿por qué avanzar? ¿hacia dónde avanzar? Da lo mismo quedarse en su sitio, eso concluyen. Uno, dos, tres, cuarenta brincos más allá, todo es igual. El salto ya no es más cambio, ya no sirve como camino hacia lo nuevo, lo nuevo, pues, se ha desvanecido. No saltan. Reposan inmóviles en su sitio hasta que un día, sin darse cuenta, se mueren. Luego el viento sopla sin obstáculos, sin arboles que se le interpongan, y barre con los grillos estáticos. Los barre para siempre. Se rapta a los grillos junto con el recuerdo de los grillos...ni eso deja.
He escuchado, de la boca de un hombre, que las guerras son inevitables. Que una vez lanzados los dados de la humanidad, de la especie humana, nada hay por hacer. Que la paz es ahora un absurdo, que el poder, aunque nos cueste aceptarlo, lo es todo. Con desgano acepto esta sentencia, no hay peor cosa que volverse utópico en estos días.
Aún así, yo propongo. Ya que la paz dejó de ser una razón para detener las guerras, propongo. Erradiquemos las guerras por los grillos, por ellos...
...por que no se los lleve el viento una vez que hallan decidido, con la pena instalada dentro de su alma verde y diminuta, no volver a saltar.
Santiago Ramirez
0 comentarios